Década tras década, varias generaciones de cineastas han ido demostrando el respeto por lo original y lo genuino. No se puede pretender que pierdan la integridad y la razón para generar obras que sus antecesores no hubiesen visionado ni a punta de pistola. Y en honor a los veteranos que instauraron los géneros que hoy conocen, se han esforzado en proyectar la concepción de una cinematografía en la que ninguno cambiaría un solo ápice de lo que pueda llegar a ver. A estas alturas, cuando casi todos los grandes maestros han sido enterrados entre llantos y aplausos, nadie se atreverá a cuestionar las inmemoriales influencias generadas con el paso de los años. Una de las obras más representativas del neo-noir, como es Origen, vive inmersa en atributos metafísicos que pretenden alinear lo irreal con lo que, gradualmente, puede llegar a existir. Dar un salto entre conceptos moralistas y corruptos es algo con lo que a Philip K. Dick le gustaba provocar en la mayoría de sus obras.
Todo reino tiene su origen; el conflicto existencial más poderoso de la historia. |
No hay duda de que Ridley Scott se esforzó (y con éxito) en simbolizar aquella esencia tan arriesgada que muy fácilmente podría haber derrumbado un género aún sin estructurar. Así, Blade Runner sigue siendo la misma oda al terror social que supuso en su momento, puede incluso que el paso de los años haya condensado todo el potencial creativo que, a priori, resultaba violento y agresivo para un público centrado en los relatos democráticos sobre la Guerra de Vietnam. En cierto modo, Scott recurre mucho al conflicto a través de los paralelismos tecnológicos, resultando irónico que en un mundo donde se puede ser vaporizado sin dilación, uno sólo tema a sus propios sentimientos, al igual que en un enfrentamiento mediante rifles y ametralladoras, uno acabe ensartado con una estaca de bambú. Sin embargo, la filmografía de Scott resalta bastante más por el culto generado por Alien, el octavo pasajero, una quimera visionaria, lejos del alcance de muchos realizadores, que se habrían masacrado para poner su sello en tal espectáculo. De semejante creación se deduce que el terror no llega a existir entre el público hasta que alguien se lo otorga, y en este caso, es en forma de un xenomorfo mitológico, más trascendental que cualquier invención de Howard Hawks, y de una imponente obra de arquitectura surrealista a cargo del suizo HR Giger.
La ambición busca la trascendencia; Scott, la reinvención. |
Su precuela, Prometheus (cuyo estreno en España está previsto para el próximo 3 de agosto), que comparte universo, y precisamente, esos rasgos milenarios de cultura alienígena, se ha visto condicionada por todo el material que ha sobrevolado la Red en las últimas semanas. Cada nuevo viral, o cada nuevo plano desvelado resulta impactante a niveles descomunales, ya sea por sus majestuosos y acuosos paisajes extraterrestres o por su poderosa inyección de adrenalina en cada secuencia. El relato de Prometeo y la primera pieza de tecnología que le entregó a la humanidad, el fuego, resalta como otro importante paralelismo, suponiendo una gran responsabilidad que resbala en manos de los más inocentes. Y pese a que Scott haya levantado sus cartas en un mundo lleno de odio por los cineastas que desarman los clásicos a su voluntad, no cabe duda de que el realizador no sería capaz de destruir su propio legado. La odisea de terror y angustia generada por su antecesora es inigualable, pero esta precuela viene predefinida por una inmensa influencia neorrealista (en el universo en que se encuentra), adjudicada a unos retomados diseños de Giger, ya muy abandonados, que devuelven la fe en la auténtica invención audiovisual. Y el poderío de la cinta se encuentra, además, en su carismático empeño por definir a la inimitable heroína que supuso Sigourney Weaver. Esta vez, una enérgica Noomi Rapace se luce junto con un Michael Fassbender dado a las exigencias del fetichismo robótico de Scott, y a una Charlize Theron que ofrece esos rasgos de ambición social tan primordiales en la genuina obra original. El trasfondo del proyecto reside, además del apasionante entretenimiento que genera semejante epopeya planetaria, en cómo realzar el comportamiento de una sociedad tan ambiciosa, que lleva sus escasos recursos a límites insospechados, todo para acabar observando cómo la inocencia se derrumba al conocer los horrores que residen en los alrededores. Scott pretende crear el referente que supuso Alien para las décadas posteriores, aunque el listón esté por encima de nuestras cabezas. Pero, tal y como anunciaba el personaje de Peter Wayland en uno de los virales: "Si me lo permiten, me gustaría cambiar el mundo".
Este artículo ha sido escrito por el crítico de cine del periódico Málaga Hoy, Simón Cano Le Tiec.
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